28 ene 2011

Trámites

El consulado de Alemania en Córdoba queda atrás de un  taller mecánico en Villa Páez. 
Es  una  oficina rectangular con alfombra  beige y posters de ciudades a las que nunca iré como Bremen o München.
La secretaria es amable y previsiblemente rubia, no se entiende bien si es argentina o alemana porque su español  suena duro y cuadrado. Al terminar la entrevista me dice:

- Yo hace  seis años que estoy esperando que me reconozcan la ciudadanía, asi que imaginate…

Afuera llovía, era Febrero. Nos habíamos levantado temprano para ir a hacer la consulta. Yo todavía estaba un poco dormida. Fuimos por un café a una estación de servicio.
Mirando la hojita fotocopiada que  la secretaria nos había entregado (con innumerables escollos burocráticos  para  residir en Alemania) me largué a llorar.

Soñé que  me despertaba en un auto en medio de la ruta,  estaba   tendida en el asiento trasero, tapada con un peluche blanco. Afuera del auto, mi chofer lloraba porque el auto se había roto y no podía arreglarlo, yo lo miraba  muda e inmóvil:  tampoco yo podía ayudarlo.
De repente, llega una ambulancia, una suerte de raid paramédico-mecánico que acude en  su ayuda.
Mientras   unos técnicos  revisan la avería (un neumático aplastado, muy raro) la psicóloga ofrece apoyo y contención al chofer. Lo  abraza como a un niño y  le acaricia la  cabeza, consolándolo.
La psicóloga no es otra  que una  ex compañera mía del secundario con la que  me cruzo  constantemente en  el barrio porque se mudó a la vuelta de mi estudio. Las dos hacemos de cuenta que no nos reconocemos, en una comedia idiota y resentida. Seguro  que  actualmente es psicóloga o asistente social, seguro que sería capaz de hacerme sentir  tan mal conmigo misma en la realidad como en este sueño.
Mientras acunaba al lloroso chofer, yo, sentada  junto a  ellos no podía decir ni una palabra.

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