Ya se que no tiene nada que ver pero en esta siesta de invierno, en la que debería hacer frío,
de repente recordé la fiesta de la primera comunión de Ximena hace como 20 años, también en una tarde de agosto.
Medio a destiempo porque había tenido gripe en junio, cuando todas las demas compañeras del cole hicimos la fiesta. El festejo fue al aire libre en un club de abogados o contadores y ella con su vestido blanco en el viento cargado de tierra.
Yo era la única invitada de la clase, los demás concurrentes eran los primos o hermanos, siempre torvos y agresivos. Me sentía un poco fuera de lugar con mi campera rosa.
Uno de los chicos rompió el aro de basquet, que cayó en miles de añicos en el suelo. Junté muchos pedacitos de vidrio que se me antojaron diamantes falsos que podría usar en algun invento futuro. Los guarde para siempre en el bolsillo de la campera.
La torta, como era de esperarse, blanca con adornos amarillos. El colorante me pareció algo excesivo, de un matiz muy saturado casi naranja en contraste con el delicado tono pollito que tenian los firuletes de mi torta de comunión.
La luz mortecina de la tarde y los pulóveres con hombreras de las mujeres me daban un poco de tristeza, como que estaba en una fiesta falsa. La noche iba a llegar, entonces volver en el auto con los restos de la torta. La modorra y la sensación del polvo pegado al pelo y al cuerpo.
Los baños de cada uno de los familares, con el tele y la angustia dominguera de fondo…
Ya se que todo está en mi mente, pero no puedo ignorarlo, todo esto esta pegado a esa rama seca que puedo ver por la ventana del living, esta mentira de invierno.
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