Sigue intacta la emoción de presenciar la escena en la que me dí cuenta de que algo estaba definitivamente mal con mi prima.
Ocurrió en segundo grado (circa 1985), nuestra maestra era una evidente psicópata, aunque eso es evidente ahora. En ese momento solo era demoníacamente mala y poderosa, como la madrastra de la Bella Durmiente que se convertía en un dragón negro gigante. El verdadero diablo.
Su favorita era mi prima, que en ese momento era un cachorro cuyos encantos rozaban el grotesco. Easy to love para una solterona seca como la Señorita Adela.
La tenía embobada con sus tontas gracias y sus pucheritos. El resto del curso éramos mudos testigos-espectadores de esta chocante comedia entre la maestra y su mascota: las diferencias, el perdón facil y las palabras cariñosas, casi un poquito pasadas de la raya para una relación formal de docente y alumna. Y, claro, los gruñidos y la siniestra risa para todas aquellas que no eramos su mascota.
Yo ya tenía escalofríos cuando escuchaba a la señorita Adela reprochar con ternura (las sonrisas y la dulzura eran algo que en ella daban mas miedo que la ira) a mi prima por no haber resuelto bien una división. Las matemáticas ya empezaban a ponerse peludas a esta altura.
Como teníamos prohibido hablar entre nosotras, en el aula siempre había un silencio horrible o por lo menos asi recuerdo la escena.
Detrás de de mi prima se sentaba Constanza O., quien vendría a ser la antihéroe de la clase. Justo detrás. Constanza era un tema: muy pálida, ojos grandes y unos pelos tristemente rubios. Megatímida, no hablaba con nadie. La Señorita la odiaba y encima era lenta para los números, se colgaba, no hacía bien la tarea. Frecuentemente se adjudicaba ladridos como de dobermann por parte de la Señorita Adela. Por ser freak y por tener esa campera marrón espantosa.
Un día Constanza había llevado flan de merienda. No sé que clase de madre manda al colegio a su hija con un táper tipo vaso de cocktail lleno de flan, todo desarmado. Constanza, apenas llegó a clase ese día, sacó su táper de la mochila y lo puso en una esquina de su mesita. Trabajó toda la mañana feliz con su cuadernito, su cartuchera y su táper con rica merienda que su Mamá le había preparado. *
Media hora antes del recreo, en medio de un silencio descomunal, ocurrió un accidente idiota. Quizás fue culpa de mi prima que con un torpe codazo derribó el táper o fue Constanza, decidida a zanjar diferencias con su antagonista o quizás solo estaba mal tapado y el viento lo derribó.
No alcancé a verlo, solo levanté la cabeza de mi hoja llena de divisiones deformes para ver como la Señorita Adela descargaba su furia verbal contra la pobre Constanza:
-“Mirá lo que le has hechoooooo!!!!!!!!!” aullaba.
El táper estaba en el suelo, el flan desparramado y parece, la campera rosa de mi prima había sido salpicada durante la caída .
Mi prima se quejaba del percance poniendo su carita mas encantadora, la Señorita se incendiaba de violencia y Constanza se parecía como nunca antes a un fantasma encogiéndose.
Y ahí lo ví todo: me di cuenta que mi prima exageraba, es decir, estaba disfrutando con la destrucción en vivo de su compañerita de segundo grado, paladeando el degollamiento de este cordero en su honor, ejecutado por su mas fiel súdbita, la Señorita Adela.
Me estremecí. Creo que bajé la vista.
-Demian…- pensé.
* Pocos días después de este episodio, Constanza dejó de ir a clase hasta que finalmente abandonó el colegio. Estábamos a mitad del año lectivo.
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