26 ene 2011

Flashback


Sigue  intacta la emoción  de presenciar la  escena  en la que  me dí cuenta de que algo estaba definitivamente mal  con mi prima.
Ocurrió en  segundo  grado (circa 1985),  nuestra maestra  era una evidente psicópata, aunque   eso es evidente ahora.  En ese momento solo era demoníacamente  mala y poderosa, como la  madrastra de  la Bella Durmiente que se convertía en un dragón negro  gigante. El verdadero diablo.
Su favorita  era mi prima, que en ese momento era un cachorro cuyos encantos rozaban el grotesco. Easy to love para una  solterona seca  como  la Señorita Adela.
La  tenía embobada con sus tontas gracias y sus pucheritos. El resto del curso  éramos  mudos testigos-espectadores de  esta  chocante comedia  entre la maestra y  su  mascota: las diferencias, el perdón facil y las palabras cariñosas, casi un poquito pasadas  de la raya para  una relación  formal de  docente y alumna. Y, claro, los gruñidos y la  siniestra  risa para  todas aquellas que no eramos su mascota.
Yo  ya tenía escalofríos  cuando escuchaba  a la señorita Adela  reprochar con ternura (las sonrisas y la dulzura eran algo que en ella daban mas miedo que  la ira) a mi prima por no haber resuelto  bien  una división. Las matemáticas  ya empezaban a ponerse peludas a esta altura.
Como teníamos prohibido  hablar entre nosotras, en el  aula siempre había un  silencio horrible o por lo menos asi recuerdo la escena.
Detrás de  de mi prima  se sentaba  Constanza O., quien  vendría a ser  la antihéroe de la clase. Justo  detrás.  Constanza era  un tema:  muy pálida, ojos  grandes  y  unos pelos  tristemente rubios. Megatímida, no hablaba con nadie. La Señorita la odiaba  y encima  era lenta para los números, se colgaba, no hacía bien la tarea.  Frecuentemente  se  adjudicaba ladridos  como de dobermann por parte de la Señorita Adela. Por ser  freak y por tener esa campera marrón espantosa.

Un día  Constanza había llevado  flan de merienda. No sé que clase de madre  manda al colegio a su hija con un  táper  tipo vaso de  cocktail  lleno  de flan, todo  desarmado. Constanza, apenas llegó a clase ese día, sacó  su táper de la mochila  y lo puso  en una esquina de su mesita. Trabajó toda la mañana  feliz con su cuadernito, su cartuchera  y su táper con rica merienda que su Mamá  le había  preparado. *
Media hora antes del recreo, en medio  de un silencio  descomunal, ocurrió  un accidente  idiota. Quizás fue culpa de mi prima que con un torpe codazo  derribó el táper o fue Constanza, decidida a zanjar diferencias con su  antagonista o quizás solo  estaba  mal tapado y el  viento lo derribó.
No alcancé a verlo, solo levanté la cabeza de  mi hoja llena de divisiones   deformes para   ver como la Señorita  Adela  descargaba su furia  verbal contra  la pobre Constanza:
-“Mirá lo que le has hechoooooo!!!!!!!!!” aullaba. 
El  táper estaba en el suelo, el flan desparramado y parece, la campera  rosa de mi prima había sido salpicada  durante la caída .
Mi prima  se quejaba del percance poniendo su  carita mas encantadora, la Señorita se incendiaba de  violencia y  Constanza se parecía  como nunca antes  a un fantasma encogiéndose.
Y ahí lo ví todo: me di cuenta que  mi prima  exageraba, es decir, estaba  disfrutando con  la destrucción en vivo de su compañerita de  segundo  grado,  paladeando el degollamiento de este  cordero  en  su honor,  ejecutado por su  mas fiel súdbita, la Señorita Adela.
Me estremecí. Creo que bajé la vista.
-Demian…- pensé.           

* Pocos días  después de este  episodio, Constanza dejó de  ir a clase hasta  que   finalmente abandonó el colegio. Estábamos a  mitad  del  año lectivo.

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