Y yo nadando en un mar de puré as usual.
Alexander Mc Queen se suicidó el dia después de que enterró a su madre. Dicen que hacía mucho tiempo que quería hacerlo pero la idea de hacer sufrir a su madre se lo impedía.
Puedo verlo todo: la ceremonia solemne-incomprensiblemente británica, él recibiendo las condolencias, todo el trámite engorroso del mourning, pero en su cabeza sacando cuentas y descontando minutos.
Después, caminando, casi corriendo, casi dando saltitos hasta el auto y llegar a su casa. Ordenar todo, quizás bañarse como quien está por tomarse un avión o planea renunciar al trabajo mañana para empezar una vida nueva, alocada y riesgosa.
Después, organizar el dispositivo de ahorque en el preciso lugar en el que había planeado alguna noche sin sueño y comprobar su efectividad.Todo tranquilo, todo casi cantando por lo bajo.
Y listo, mañana no habrá mas Alexander por aquí.
O una modelo asiática haciendo lo propio en París, una tarde azul, interminable.
Un dia que fue azul desde que que empezó, con tenues copos de nieve.
A las tres de la tarde (en realidad un dato insignificante para ella que hace meses que vive en un continuo de tiempo, de sol pálido y abrigos caros)… entonces, a las tres de la tarde, en su piso silencioso y vacío, las paredes (de esas con molduras pintadas de un blanco exquisito) desprenden una fosforescencia celeste.
Ella, con sus delicados rasgos extenuados de tanto llorar entre desfiles y sesiones de foto para Vogue.
Hace días que no come ni duerme, enfundada en sus jeans y su saco de piel, no sabe cómo prender la calefacción, aparentemente hay algun problema en el edificio… pero ya no puede siquiera ir a comprar comida y mucho menos hablar con el portero en francés.
Mismo mecanismo: buscar un sitio propicio en donde montar el dispositivo, aunque en verdad
ya lo había elegido el primer día en que se mudó al departamento.
Minutos después, el silencio continúa y la torre Eiffel parpadea a lo lejos, helada.

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