11 feb 2011

Culebrón del 2007- Tercera entrega

Que estaría haciendo Darlo en  este momento? Sábado, veinte horas, seguramente  solo en el enorme departamento. Fumado y desnudo, viendo una película que alquiló Cuca.
Cuca, la novia del padre de Darlo, toda cirugía y carteras de Ricky Sarkany.
Había menos diferencia  de  edad entre Cuca  y ellos que entre Cuca y  el padre de Darlo. De hecho, cuando  papi estaba de  viaje o en reuniones (casi siempre) Cuca pasaba un  montón de tiempo con ellos. Veían películas, fumaban, tomaban pastillas, salían a bailar.
Era como una hermana mayor muy descontrolada, el pase libre a  las pocas cosas a las que Darlo  a veces no podía acceder (una extensión en la tarjeta, cambiar el auto, conseguir la  autorización de su padre para  viajes y demás excentricidades). Cuca, su risa fácil, su  ropa ajustada, sus inseguridades de mujer que  esta dejando de ser joven.
Una vez compartieron la cama. Fue en  la madrugada de un domingo, después del Infierno.
Estaban muy agitados y no se sabe cómo, de repente estaban  los tres  revolcándose en la cama de Darlo. Cuando se dio cuenta, Cayo trató de no parecer muy impresionado, se hizo el que dormía una vez que Darlo acabo con él y se ocupó de Cuca.
Escuchó todo.
Mas tarde, cuando se levantó a tomar agua (no podía dormir), los vió: dormían acucharados, Cuca  con la boca apoyada en el hombro joven y terso de Darlo, a una almohada de distancia de donde el había fingido dormir  todo ese tiempo. Al mediodía como si nada, chistes, brunch en la luminosa cocina, los tres con gafas oscuras. Mejor.
Así no tenía que mirarlos a los ojos.

Sábado, veinte horas, en Morteros.
Cayo tirado sobre  su  angosta cama de adolescente, en la habitación compartida de niño.
A su lado, las hermanitas  saltan sobre  sus respectivas camas, jugando con el control remoto (de MuchMusic a MTV, de Britney a Shakira y Alejandro Sanz). Imitan a las estrellas de la tele. En el pueblo ya se instaló la fiebre Operación Triunfo: no hay una cabecita  libre de esas fantasías, dudosos sacrificios y humillaciones públicas para alcanzar el  trofeo  de  la fama.
Están un poco excitadas por la presencia de  Cayo  en la casa, lo admiran: huelen el glamour  en sus  pantalones de marca (otra transgresión  a  su mensualidad para parecerse más a Darlo). Quieren que  Cayo las maquille y les saque fotos como hacían  antes, se desviven por ser miradas  por él. Cayo las ignora, un poco molesto y avergonzado de sí mismo. Soportando esa chiquilinada  mediocre  cuando podría estar  hablando de libros de  Taschen  con Darlo, en la terraza, observando la ciudad o simplemente  haciendo el amor en la ducha, con la puerta abierta. Levantándose tardísimo y con mucha hambre.
El departamento de  Darlo todo para ellos, con la heladera llena de productos de lujo que Cayo no conocía, como un queso  francés rarísimo y la mucama invisible que  se ocupaba  de que todo volviera a su lugar después de que  pasaban ellos, inmersos en   la realidad paralela  Darlo-Cayo.

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