Darlo, riendo, desde la ducha:
- Que mirás con esa cara?
- Nada, cuándo dijiste que te vas?
- El martes dieciséis, Cuca me consiguió el pasaje, no me da mucho tiempo para prepararme pero esta más que bien: así tengo unas semanas libres antes de que empiece el curso y puedo pasear y colgarme por ahí …
-Si, buenísimo- Cayo haciendo un enorme esfuerzo para disimular su terremoto interior.
- Por ahí te consigo ese libro de Taschen que vimos en internet y te lo mando…-Darlo indiferente, secándose con una toalla enorme y blanca como nunca hubo en casa de Cayo.
- Claro!- Cayo, pensando: “Mandármelo? Por qué? No piensa volver?”
-Que pasa? Por qué me mirás así?
-Nada, nada…
Cayo había pasado el fin de semana en su casa materna, en Morteros, a pedido especial de su abuela Rosa. Decidió ir porque era verdad que en los últimos dos meses había estado un poco intensivamente concentrado en Darlo y su familia quería verlo, reclamaban atención.
Su madre dijo estar preocupada, quería saber como andaban los estudios (la razón por la cual habían comprado ese departamento en Córdoba y pagaban la cuota de la universidad privada).
Para la familia de Cayo esta era la primera posibilidad de escalar socialmente.
El viejo no entendía bien lo que el chico había elegido: no encontraba aplicaciones profesionales para el diseño gráfico.
- Me podés hacer un lindo cartel para la panadería…- le había dicho, preocupado y transpirado, detrás del mostrador lleno de criollitos, no sabiendo muy bien en que estaba invirtiendo su dinero. Y Cayo tan raro, con ese flequillo irregular constantemente laqueado, sus enojos y su actitud casi autista durante las reuniones familiares.
La madre y la abuela lo adoraban sin más, era el preferido total.
Durante ese fin de semana se había aguantado unos cuantos reproches. Rumores que habían llegado al pueblo le daban al tono de su madre un tinte de desesperación telenovelera, como si el mundo se cayera sobre sus pobres cabezas trabajadoras.
Dar explicaciones. Sobre los estudios, sobre los gastos, sobre por qué casi nunca contestaba las llamadas. El padre no hablaba, temiendo quien sabe qué.
Cayo dejó conformes a las señoras con unas pocas palabras, las distrajo con los brillos de la ciudad y trató de pasar el fin de semana ignorando las obvias comparaciones entre su entorno y el de Darlo.
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