Todavía es muy pronto para que Cayo entienda como fué que las reuniones grupales para proyectar los dóciles encargos de la facu se habían convertido en un fin de semana eterno para ellos dos solos. Los compañeros de grupo fueron desapareciendo uno a uno, hasta que se formó la dupla ideal: Cayo, con su aproximación fresca-audaz y sus habilidades compositivas y Darlo, con su capacidad operativa y acceso a la tecnología necesaria para materializarlo todo.
Fascinación mutua.
A Cayo le gusta volver una y otra vez a esa siesta en que estaban los dos tirados en el piso de su monoambiente, mirándose como tontos, había una luz especial, de sol filtrado por las nubes. Sonaba un disco que había traído Darlo. Ya habían olvidado el motivo de esa reunión: algo para la facu seguramente, pero se había diluido entre la música y las miradas insistentes de Darlo. Cayo hasta el momento, había simulado no entender nada.
De un momento a otro Darlo lo besó.
Fue un beso hermosísimo, lleno de suspiros y consentimientos.
De ahí en mas, el génesis de su propia galaxia: sus discos favoritos, la cantidad increíble de películas vistas juntos, las salidas de shopping, las faltadas a clase para pasear en auto por el Cerro, los fines de semana en la casa de Carlos Paz con el padre de Darlo y Cuca.
El padre era legislador o algo así, se había separado hace mucho tiempo de la madre de Darlo. Casi no la veían porque se volvió a Catamarca, de donde era. No se sabía mucho más. Las hermanas (dos, de más de treinta) casadas o divorciadas, vivían en barrios privados con sus hijos.
En el departamento de Nueva Córdoba solo quedaban el pequeño consentido y su papá, y Cuca, claro.
Había semanas en las que Cayo no volvía a su monoambiente, totalmente absorbido por esta historia. Cuando lo hacía, para chequear que todo estuviera en orden y fingir que necesitaba estar solo unas horas, no podía dejar de pensar en Darlo. Imaginaba que Darlo lo estaba mirando todo el tiempo y entonces actuaba en consecuencia, con sus nuevos hábitos adquiridos: caminar desnudo por el departamento mientras se preparaba un baño, poner un disco de dubstep, tomar un vaso de tónica helada… todo con la soltura de quien siempre ha hecho todo así (para qué hablar de su adolescencia hacinada, la omnipresente radio AM de su mamá o su refresco de naranja favorito de todos los tiempos?)
Al cabo de cuatro meses de idilio, Cayo había olvidado quien era, o bien, creía que era Darlo, o su gemelo inseparable que siempre estuvo ahí. Encajaba perfectamente en el entorno, parecía agradarles a todos. Procuraba no pensar demasiado en las historias anteriores o paralelas de Darlo (Darlo salía con una de las compañeras de grupo de la facu cuando se conocieron y también le confesó que su analista además de escucharlo, le proporcionaba generosas dosis de sexo oral). Cayo reprimía celos y temores, prefería pensar que así eran los vínculos modernos y que el no podía tener tan mal gusto de hacer un escena o mostrarse posesivo con su amante.
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