18 feb 2011

Culebrón del 2007- Cuarta entrega

Todavía es muy pronto para que Cayo entienda como fué  que  las reuniones grupales para    proyectar los  dóciles encargos de la facu se habían convertido en  un fin de semana eterno para ellos dos solos. Los compañeros de grupo fueron desapareciendo  uno a uno, hasta que se formó la dupla ideal: Cayo, con su  aproximación fresca-audaz  y sus habilidades compositivas y Darlo, con  su capacidad operativa y acceso a la tecnología necesaria para materializarlo todo.
Fascinación mutua.
A Cayo le gusta volver una y otra vez a esa siesta en que  estaban los dos  tirados en el piso de su monoambiente, mirándose como tontos, había una luz especial, de  sol filtrado por las nubes. Sonaba un disco  que había traído  Darlo. Ya habían olvidado el motivo de esa reunión:   algo para la facu seguramente, pero se había diluido  entre la música y  las miradas insistentes de Darlo. Cayo hasta el momento, había simulado no entender nada.
De un momento a otro Darlo lo besó.
Fue un beso hermosísimo, lleno de suspiros y  consentimientos.
De ahí en mas, el génesis de su propia galaxia:  sus discos favoritos, la cantidad  increíble de películas vistas juntos,  las salidas de shopping, las faltadas a clase para pasear en auto por el Cerro, los fines de semana  en la casa de  Carlos Paz con el padre de Darlo y Cuca.

El padre era  legislador o algo así, se  había separado hace mucho tiempo de la  madre de Darlo. Casi no la veían porque se volvió a Catamarca, de donde era. No se sabía mucho más. Las hermanas  (dos, de más de treinta) casadas o divorciadas, vivían en barrios privados con sus hijos.
En el departamento de Nueva  Córdoba solo quedaban el pequeño consentido y su papá, y Cuca, claro.
Había semanas en las que Cayo no volvía a su monoambiente, totalmente  absorbido por esta historia. Cuando lo hacía, para chequear que todo estuviera  en orden y fingir que  necesitaba estar solo unas horas, no podía dejar de pensar en Darlo. Imaginaba que Darlo lo estaba mirando todo el tiempo y entonces actuaba en consecuencia, con sus nuevos hábitos adquiridos: caminar desnudo por  el departamento mientras  se preparaba un baño, poner un disco  de  dubstep, tomar un vaso de tónica  helada… todo con la soltura de quien siempre ha hecho todo así (para qué hablar de su adolescencia hacinada, la omnipresente radio AM de su mamá o su refresco de naranja favorito de todos los tiempos?)
Al cabo de cuatro meses de  idilio, Cayo había olvidado   quien era, o bien, creía que era Darlo, o su  gemelo inseparable que siempre estuvo ahí. Encajaba perfectamente en el entorno, parecía agradarles a todos. Procuraba no pensar demasiado en  las historias anteriores o paralelas de  Darlo (Darlo  salía con una de las compañeras de grupo de la facu cuando se conocieron   y  también  le  confesó que  su analista  además de escucharlo, le  proporcionaba generosas dosis de sexo oral). Cayo  reprimía celos y temores, prefería pensar que  así eran los vínculos modernos y que el  no podía tener tan mal gusto  de  hacer un escena  o  mostrarse posesivo con  su amante.

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