18 mar 2011

Culebrón del 2010- Segunda entrega


-Yo siempre digo lo que pienso, no me callo nada, no soy una taradita, entendés?-
y bajó  de  auto dando un  portazo teatral en plena  avenida. 
Era  mediodía, el sol  brillaba cortante en su  pelo rubio, ondeando al viento como una melena de leona de Vogue. Sus gestitos de de enojo la hacían aun mas insoportablemente  linda.
El novio  tonto del auto la seguía despacito, con medio  cuerpo  asomado a la ventana, pidiéndole perdón, rogándole que volviera al auto, soportando los bocinazos e insultos de los conductores de atrás.
A  ella le faltaba  rugir, estaba exultante en su papel  de diva  enojada, con sus botas altas color  café au lait y el  bolso carísimo colgando  con descuido de la misma mano  en  la que  tenía  su i-phone y  sus gafas  Chanel.
Podía verse a si misma desde múltiples  cámaras imaginarias, ubicadas  en distintos puntos de la elegante avenida. El lugar exacto para  desplegar su número. Los tacos le resonaban  dentro de  su cabecita como  explosiones en un película de Bruce Willis.
Era la droga mas poderosa que podía tomar  y bastaba un pequeño reflejo de voluntad  para  autoadministrársela de manera  masiva, sin vuelta atrás, con consecuencias irreversibles. Esto  le había  traido problemas con otras modelos y clientes, le forjó una fama de caprichosa-arrogante.
Algunos de sus  pequeños  escándalos de  backstage hasta  habían salido en revistas.  Al principio su agente  pensó  que sería inmanejable pero pronto comprendió que el comportamiento banal y escandaloso constituían gran parte, sino el total, de  su encanto irresistible. Habría  hordas de clientes que como el novio tonto,  harían lo que sea para  tenerla.

En  un compilado del año 1984  de las mejores actuaciones  de la banda  durante  una gira por  Latinoamérica, puede  verse  el  gesto  risueño  y  un poco incrédulo del cantante.
Estaban en plena eclosión de éxito masivo y  él, apenas un principiante en el escenario, respondia  con energía adolescente al sorpresivo clamor  de un mar de fans.
De un día para otro todos recitaban de memoria las  letras que el  había escrito en  su  casita de una sola planta, con una lapicera  bic en un  cuaderno con espiral de plástico mientras  se tomaba un mate, sin maquillaje, sin el aro de crucifijo en la oreja derecha. Recién bañado y  en ojotas. Era  simplemente algo muy grande.
Los siguientes veinticinco años  de su vida  los dedicó  a  sostenerse ahí  arriba.
El aullido que levantaba con su sola presencia en los estadios llenos tendría un efecto irremediable en él: era la droga mas poderosa y adictiva que podía tomar.

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