-Yo siempre digo lo que pienso, no me callo nada, no soy una taradita, entendés?-
y bajó de auto dando un portazo teatral en plena avenida.
Era mediodía, el sol brillaba cortante en su pelo rubio, ondeando al viento como una melena de leona de Vogue. Sus gestitos de de enojo la hacían aun mas insoportablemente linda.
El novio tonto del auto la seguía despacito, con medio cuerpo asomado a la ventana, pidiéndole perdón, rogándole que volviera al auto, soportando los bocinazos e insultos de los conductores de atrás.
A ella le faltaba rugir, estaba exultante en su papel de diva enojada, con sus botas altas color café au lait y el bolso carísimo colgando con descuido de la misma mano en la que tenía su i-phone y sus gafas Chanel.
Podía verse a si misma desde múltiples cámaras imaginarias, ubicadas en distintos puntos de la elegante avenida. El lugar exacto para desplegar su número. Los tacos le resonaban dentro de su cabecita como explosiones en un película de Bruce Willis.
Era la droga mas poderosa que podía tomar y bastaba un pequeño reflejo de voluntad para autoadministrársela de manera masiva, sin vuelta atrás, con consecuencias irreversibles. Esto le había traido problemas con otras modelos y clientes, le forjó una fama de caprichosa-arrogante.
Algunos de sus pequeños escándalos de backstage hasta habían salido en revistas. Al principio su agente pensó que sería inmanejable pero pronto comprendió que el comportamiento banal y escandaloso constituían gran parte, sino el total, de su encanto irresistible. Habría hordas de clientes que como el novio tonto, harían lo que sea para tenerla.
En un compilado del año 1984 de las mejores actuaciones de la banda durante una gira por Latinoamérica, puede verse el gesto risueño y un poco incrédulo del cantante.
Estaban en plena eclosión de éxito masivo y él, apenas un principiante en el escenario, respondia con energía adolescente al sorpresivo clamor de un mar de fans.
De un día para otro todos recitaban de memoria las letras que el había escrito en su casita de una sola planta, con una lapicera bic en un cuaderno con espiral de plástico mientras se tomaba un mate, sin maquillaje, sin el aro de crucifijo en la oreja derecha. Recién bañado y en ojotas. Era simplemente algo muy grande.
Los siguientes veinticinco años de su vida los dedicó a sostenerse ahí arriba.
El aullido que levantaba con su sola presencia en los estadios llenos tendría un efecto irremediable en él: era la droga mas poderosa y adictiva que podía tomar.
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