El ventanal de la derecha estaba poniéndose azul desde hacía rato, una parte de él lo había notado pero, claro, la otra parte estaba ocupada en contemplar con éxtasis ( como si no hubiera vivido aquello una docena de veces ya, en otros hoteles, en otras décadas) como la bellísima chica que se contoneaba sobre su regazo desplegaba un torpe streap tease, demasiado borracha, enredándose en sus kilométricas piernas, carente de toda gracia pero absolutamente irresistible por el hecho de ser tan joven y tan fuckin´ hermosa.
El día estaba despuntando, era evidente ahora. La ciudad afuera se hizo real y dolorosa.
Como una verdad desagradable a la que uno se esfuerza por restarle importancia haciendo todo lo contrario de lo que se supone que debería hacerse. El dolor vuelve con el primer atisbo de lucidez, cuando los efectos de lo que sea que uno haya tomado o hecho para contrarrestarla, empiezan a desvanecerse.
La verdad luce triste y vulgar, como un rostro avejentado en el espejo.
Era algo que siempre le ocurría, esto de percibir como las ventanas o alguna pared cercana empezaba a teñirse de ese azul agudo del amanecer. No importaba cuan estridente fuera la fiesta: podía percibirlo aún a través de un bosque de piernas adolescentes que se abrían para complacerlo, con narices empolvadas y botellas de champán ocultas entre las sábanas. Naturalmente solo una parte de él lo percibía. La parte más silenciosa, que se resistía a entregarse al fluir del exceso, y que permanecía alerta observándolo todo.
La imagen de la ventana o la pared poniéndose azul volvía dias después, cuando estaba solo, en el estudio o en su casa. Era una imagen que lo obsesionaba: una ventana que vá poniéndose azul y la fosforescencia vá impregnando la habitación, a veces en plena fiesta, otras veces cuando la fiesta había terminado y no quedaban mas que cuerpos bonitos, envueltos en sábanas blancas, apaciblemente dormidos en un desorden glamoroso. Esa era su versión favorita de la escena.
Silenciosamente, la imagen se trabajaba en el background de su conciencia, cargándose de misticismo personal, rodeándose de preguntas incontestables, acaso exagerando su valor estético.
Era una imagen íntima, nunca había podido siquiera escribir una letra sobre esto ni componer una simple canción… tan inasible le resultaba la experiencia.
La chica se desmoronó en sus brazos ya completamente desnuda.
Soltó una risa que le sonó impostada. Con ella inconsciente, no quedaba en la habitación nadie a quien engañar, salvo a si mismo y notó que estaba terriblemente cansado de actuar.
De todas maneras tampoco hubiera podido, había tomado tanto como ella: mucho de todo. Si aquello había derribado aquel insaciable cuerpo joven, imaginen lo que le había hecho a este viejo rocker.
Notó que estaba un poco aturdido y que el cansancio le llegaba como en olas, cada vez mas altas. Nothing new… esto era algo que solía pasarle desde hace unos meses.. sería cuestión de dormir un poco.
Con lo que le quedaba de fuerza se incorporó para empujar a la chica, quitársela de encima y poder estirarse.
La habitación parecía inundanda de silencio. Repentino, extrañamente denso.
Se recostó sobre la derecha para poder mirar la ventana, con mucha dificultad porque su cuerpo se sentía extraño, inusualmente pesado. La ventana estaba hermosa, un azul helado salpicado de rojas lucecitas de antenas.
Triste y sublime.
El silencio era tan tenaz que tuvo la sensación de que estaba compuesto de algo similar al relleno de la almohadas. Fijo en la ventana creyó por un momento que nadaba en el cielo, que el cielo o el aire de la madrugada había inundado el hotel, y él (su lado B austero y postergado) buceaba libre en esa maravillosa agua sin fin.
Ya casi no respiraba, cuando cayó en cuenta de que seguía acostado.
La verdad dolorosísima, la necesidad de compensar todo lo que hizo mal, el amor que no se dio, la vergüenza del autoengaño, la oportunidad que nunca se permitió. Las ganas terribles de llorar pero no tener la fuerza suficiente para hacerlo.
Consciente de que un silencio así no era normal, como tampoco lo era dificultad notable para respirar o el increíble peso de su cuerpo, quizo articular un último deseo: pararse, caminar hacia la ventana y mirar como las nubes cobraban relieve muy despacio, acaracolándose en imposibles matices celestes.
Pero su cuerpo no se movió.
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