Y ella seguiría andando por ahí, viviendo su vida de escándalos y espejos. Provocando un deseo enorme en todos aquellos que la adorarían. Un deseo imposible de colmar.
Algo que daba ganas de llorar si se lo pensaba: parecía que poseyéndola, se abrirían las puertas del infinito, se trascendería hacia lo inefable. Era su increíble belleza que encandilaba. Ella tambien lo creía así, era através de las miradas embobadas de sus amantes que sentía un vértigo como premonitorio de algo mas grande, como de una pasarela dorada, toda rodeada de foquitos y fireworks.
Pero no había un mas allá, nisiquiera había conciencia de ello. Solo unas débiles ganas de llorar, algunas mañanas, cuando volvía a quedarse sola.
No había nada mas allá de su cuerpo. Y cómo iba a haberlo…?
Cuando a los cuarenta años, se descubrió a si misma llorando, inexplicablemente triste, sobre un par de stilletos de leopardo en un outlet de lujo en Coconut Grove, creyó haberse vuelto loca.
Tampoco ella había llegado nunca a tocar aquella promesa que parecía vivir en el fondo de sus ojos azules, en el tacto de sus labios de flor.
Sintió el mismo hastío de si misma que todos sus amantes semanas antes de abandonarla.
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